viernes, 25 de febrero de 2011

Show que continúa y Ocio Universal

No había dejado inconcluso el análisis-comentario sobre la película de Truman. Es que releyendo me di cuenta que lo había acabado aún cuando se podrían discutir unas cuantas cuestiones más.
Coda final hasta nuevas elucubraciones: mira reflexivamente, de tanto en tanto, el no estar convirtiéndote en una marioneta más como le ocurre al ingenuo protagonista.

Sí hubo una promesa previa que finalmente encontré no donde pensaba que estaba sino en un sitio aún más sagrado.
Aquí transcribo lo que un profundísima amiga me regaló hace muchos años como prueba de que me conocía a fondo. De que había hecho un buen inside conmigo. Ojalá logre dar con ella otra vez.
Ocurrió hacia finales del otoño austral de 1983. Ahora estas dos páginas contienen el milagro del paso del tiempo. Sus bordes están tan ocres como el fondo de este blog. Podría haber sido una fotocopia del diario. Pero ella prefirió pasarlo a máquina con todos los inconvenientes que le implicaba: no sabía hacerlo, aún no había corregido sus despistes con las tildes, sentía demasiada admiración por mí (no veo porqué) y ello le entorpecía aún más los dedos cada vez que tocaba las teclas de acaso una Remington u Olivetti. Al entregarme la copia fue tan sincera que todavía pienso qué pudo haberme conmovido más. Si la precocidad de haberme calado a fondo o el esfuerzo por explicarme tanto las trabas técnicas.
Teníamos, yo 22 y ella 20 años.
El título y el contenido resonaron siempre en mi cabeza, tanto como el recuerdo que conservo de ella.
Creo que hasta resulta de lo más propicio eso de que "20 años no es nada"
Pero tienen que pasar 20 más para descrubrir esa verdad.

Comenzaré sin más disgresiones con el pensamiento prometido. Lo haré por fragmentos para evitar cansancio. A pensar! (y le voy a poner comillas pese lo que le pese a la RAE)

Hacia el ocio universal
"En 1931, el presidente de los Estados Unidos, Roosevelt, fue destinatario de un estudio de las asociaciones de ingenieros de su país y de los miembros de lo que se dio en llamar el "Trust de Cerebros". Se señalaba en aquél la posibilidad de organizar la producción con miras nada menos que a la satisfacción de las necesidades primarias de toda la población del orbe.
En el planteo de estos profesionales se demostraba la viabilidad de poner a disposición del conjunto de habitantes del planeta todo lo indispensable para la seguridad de una vida decorosa. La única condición exigible consistía en una coordinación racional de los equipos industriales y elementos tecnológicos con que podía contarse.
De más está decir que el plan considerado respondía a la urgencia de hallar fórmulas para hacer frente a los perjuicios ocasionados por la terrible crisis de 1930, determinante de la desocupación de millones de trabajadores de todos los niveles, gran parte de los cuales vio además esfumarse sus ahorros.
Con respecto a la idea central de este trabajo, uno de sus autores, Ralph E. Flander expresó: "Todos los ingenieros saben que si pudiera ser elegido un ingeniero-dictador de la industria, con amplias facultades de control en las materias primas, las máquinas y el trabajo calificado, pronto estaríamos en condiciones de inundar, sepultar y asfixiar a la población bajo una avalancha tal de artículos y servicios como jamás habría podido imaginar un creador de utopías en sus más fantásticos sueños".
Cruel ironía supone el contraste entre la miseria y la desmoralización imperantes, al comenzar la tercera década del siglo, en la poderosa república del Norte, y las afirmaciones de los responsables del proyecto, según las cuales podía multiplicarse por diez la existencia registrada de mercaderías, si se aprovechaban los hombres y medios disponibles con sentido rigurosamente técnico y sólo para dar a la humanidad lo que le hacía falta.

To be continued

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