miércoles, 31 de agosto de 2011

Poesías de mis otras épocas

Al fin pude encontrar eso que usábamos como diskette. En su interior, tímidos, se desplegaban los versos ingenuos, raros, lamentosos e inexpertos. Esto último por la mano de quien muchas veces triste, impulsaba los teclados de una máquina de escribir eléctrica y solo para expresar emociones y duelos.
Por mi parte, y años pasados bajo puentes, deducirán que ahora no les doy una categoría literaria ni valor poético, y mucho menos pretendo que su destino sea el de caer en análisis críticos literarios o de teoría literaria. Nada más lejos estos pobres y debiluchos versos enfilados hacia el intento de construirse en un timidísimo poema. Acaso sufrirían aún más y ya tienen bastante con ser expuestos aquí porque a su autora se le ocurrió que su rincón de dignidad debían tener.

En tal caso, que puedan servir a pretendientes de este quehacer raro, a escritores confundidos que se piensan a sí mismos como malos, y a cualquiera que guste de la poesía en el sentido de leer versos y comprender ese yo interior del que escribe. Sin muchas más vueltas ni búsqueda de rincones ocultos.

En el primero que seleccioné publicar aquí, aparece una alusión a la Avenida Corrientes de Buenos Aires; pero para el lector que pudiera verse o sentirse comprometido con el contexto, le vale igual La Gran Vía de Madrid como la de Bilbao o Tirso de Molina. Así como la llegada desde Montparnasse a la colina del Sagrado Corazón en París o cualquier otro camino habitual de su juventud, esa en la que se sentía dueño del universo entero y la misma en que compartía con los mejores afectos esa fiebre...

Datan pues de hace muchos años. Pero ese detalle no creo que interese aquí y ahora.

Más disgresiones y comentarios, son muy bienvenidos.
Que se acerca el otoño europeo y el espíritu va buscando esos Cd sinfónicos, liber.liberat, chocolate caliente, olorcito a tostadas y a castañas. Paseos menos agobiantes, pequeña escapada a la biblioteca, consulta en los centros culturales y ¿por qué no? un viajecito adonde descubrir algo inédito a nuesta alma. Ahora que la mayoría ha vuelto a sus andamios.

En fin, a continuación copio y pego lo presentado, prometido y anunciado. Las comparto. Y a estar bien.


V.

¿Dónde estaremos entonces?

Cuando todas estas baldosas que

estamos pisando

ya no estén tampoco

Cuando las huellas que estamos imprimiendo

en cada partícula de aire suelto

de nuestras pasiones

habiten en las tramas místicas

de nuestra cósmica controvertida

y laberíntica mente.

Cuando "Corrientes" sea esa vieja, viejísima

avenida de locuras circulantes,

de nuestros reconocidos encuentros volátiles.

Cuando la vida y el mundo sean

sencillamente eso.

Cuando nuestras alas heridas de tantas

enseñanzas vuelen el término justo y

medio del ser...

Cuando ya no partamos a ningún

lado.

Cuando estemos definitivamente

de vuelta de cada recóndito

universo al que viajábamos

seguramente para comprobar

el asombroso

eterno retorno

a la locura.

Locura que estará

colgada también

exhausta de

tanta miseria.


¿Estaremos mirándonos con

el silencio milenario

de la experiencia de

nuestras almas?


Habrá una tenue luz de

vela y millones de siglos

detrás de nosotros.

Estará entonces la alquimia

de hoy: esa que se enciende

con nuestros motores internos

y volverá el hacer mágico

mundo de más allá de todo.

Existirá una puerta para

cerrar por fin para siempre.

¿Dónde estaremos entonces?

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VI.

¿Y cuando no exista más

que luz y espacio

sideral?

Cuando ya no haya más

excusas en el plano ma-

terial.

Para cuando tan solamente

hayan dos manos rozándose

para reconocerse.

Para ese entonces

¿quién estará gritando pasiones

por nosotros?.

¿Quién nos estará llamando

eternamente?.
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VII.“REQUIEM POR UNA AMIGA”


Agotar el dolor.

Abrir primero al estómago,

sacarle todos los lamentos camuflados.

Ir subiendo hasta el esófago

primeras lágrimas.

Conectarse con alguna víscera

desatarla.

Un poco más de llanto.

Atención al hígado

no alertarlo de lo que pasa

Descargo a chorros,

convulsiones de agua.

Reflexión

no sirve para nada.

Memoria,

¡uy¡ para qué.

Avenida. Corrientes ¡¡¡ nunca más!!!

boina calada, tu gorro

interminable colección de

canciones...


La música nunca nos desunirá

Noches de radio.

Tabaco, coñac, bohemiando

Morfemas, Romances, Egipto, Mitos...

Exámenes parciales y finales...

Garganta que se sale,

¡¡¡ ya no doy más!!!


Asomarse a enfrentar

pálida yaces,

internamente riendo

masoquismo de mi parte.

Desgarro de nariz.

Contemplar el entorno.

En la cocina todos ríen,

se distraen.

Descanso ridículo,

presencias en vano.

Tu ausente para siempre.

Ojos inflamados.

A galopar en los recuerdos:

"Madrugadas sin ir a dormir"

Silvio eterno en los cassettes.

Novelas. Don Ernesto.

Sonrisas por novios cerca.

Primavera, ese olorcito.

Alegría de volver a sentirnos libres...

Caminatas

ramos de flores en las manos.

Apagando las estufas.

Noviembre.

Jazmines.

Estío apacible.

Se agotaron las lágrimas.


Volver a casa.

Ya sé que no estarás.
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En otra ocasión colgaré otros poemitas más. Ojalá que lleguen a alguien, al corazón de alguien y sean comprendidos. Hasta pronto.


sábado, 20 de agosto de 2011

Sin poesía pero un cuento para continuar en Propiedad Horizontal

En un artículo anterior, prometí poesías de mi autoría y escritas en años más jóvenes. Pues una pérdida de ellas en mi búsqueda manual y tecnológica me lleva a suspender la promesa hasta reecontrarlas o quizá admitir haberlas extraviado defintivamente.
En cambio, publico un cuento de mi serie CUENTOS EPISTOLARES
escrito hace unos meses atrás, quizá a finales del 2010 o principios de este 2011.

Me gusta, me hace sonreir y me resulta divertido compartirlo para que cada uno agregue sus dolencias de vivir en propiedad horizontal.

Yo tenía la convicción de que el cuento estaba acabado; por mi parte considero que lo terminé. Aunque como en la postdata me encuentro ahora con un asunto inconcluso, invito a los lectores a que libremente escriban en esa lista de quejas coincidentes.

Sobre todo, espero que guste antes que disguste. Muchas gracias y hasta pronto con la prometida poesía.


El título del cuento, evidentemente es SEÑORES VECINOS



Señores vecinos:

Cómo comunicarme con todos ustedes sin causarles pasmo u ofensa al pedirles que escojan un momento cómodo y oportuno para intentar reflexionar sobre ciertas maneras de vivir, que si bien cotidianas y triviales en grado sumo, causan un efecto nocivo y desagradable en oídos cercanos que pretenden vivir, acaso, según ustedes, de forma similar. Es decir, tan trivial como ocurrírseme dirigir esta pretensiosa solicitud:
Verán. Estando yo tranquilamente haciendo lo que se me viene en gana en mi propia casa, por ejemplo descansando o haciendo la digestión después de la comida, me encuentro con una irritante vibración que poco a poco va martillando el cerebro al punto de comenzar a sentir un insoportable dolor de cabeza. Se trata de un aparato de televisión cuyo volumen excede lo necesario y que proviene de una pared contigua. En esos momentos, aunque mi pensamiento permanece nublado y aferrado a la idea de ignorar tal sonido, acuden a mí preguntas relacionadas con la tecnología. Habiendo auriculares tan bonitos y accesibles para los bolsillos a los que apetece el ruido, ¿por qué esta señora o señor insiste en compartir su noticiero del mediodía con toda persona viva que se halle alrededor?
También, otra costumbre sonora al cabo de elegir una cadena de música clásica para esas horas “evening” de un invierno incipiente, me siento con un libro de cuentos chejovianos y descubro que continúo en los dos primeros renglones demasiado tiempo como para alarmar mi inteligencia. Pues no se debe a un deterioro neuronal de mi parte sino a una seguidilla de portazos provenientes de apartamentos colaterales, de plantas superiores, inferiores y en fin, que el edificio en su totalidad anuncia la vuelta a casa de sus dueños, quienes parecen llegar acalorados y enfadados no sé con qué o quién. Todas las tardes, las paredes de mi casa soportan esas manos vigorosas que incluso llegan a mover las llaves que suspenden de la cerradura de mi puerta.
Otra pregunta más inquieta mis razonamientos pero no hallo respuestas a tal tradición. Tal vez porque solamente es frecuente entre las personas del sexo femenino del vecindario. Suelen contarse enfermedades novedosas y de las más antiguas en un tono de voz lo advertidamente excesivo como para que el resto de la humanidad que alrededor esté intentando enhebrar sus propios hilos mentales, se ponga al tanto como lo está del pronóstico meteorológico; o lo que es peor, como si de partes médicos de algún oficial se tratase. Bueno, uno o una aprende nuevos virus o exploraciones médicas que aún no había ensayado en cuyo caso las señoras o señoritas reclamarán mi ingratitud al tomar conocimiento de esta atrevida carta. Ahondando más la situación de convivencia, me explico, haciendo un buen socavón en las afables relaciones diarias también optan por representar un teatro de sus asuntos personales. De modo que a algún despistado o despistada se le ocurre la inocente idea de correr las cortinas de sus ventanas para contemplar un espectáculo juglaresco que por esas cosas de la cronología se había perdido presenciar.
De estas dos últimas observaciones, ya conozco el gesto de respuesta, sintiéndose más atacadas aún, miran a quien escribe estas barbaridades y mueven la boca hacia un lado otorgándole a quien se le ponga por delante el derecho a una instantánea traducción:
-¿¡Queeeeeeeeeeé, acaso tengo que pedirte permiso para hablar con mi amiga!?
Hablar. Tan bonito como oler las lilas en primavera. Hablar, tan lejos del verbo chillar o gritar. Hablar de lo que nos incomoda, señores. Y luego no estéis echando la culpa a las otras razas. Que rasgando en el mismo óvalo de nuestra sombra, todos nos sorprendemos al ver un gitano. Aclaro esta palabra: alguien a quien le gusta hacer ruido y vivir como se le dé la gana. Omitiendo otros matices como hacer bodas que duran semanas o escarbar en la basura para vender objetos curiosos que a veces hasta sirven para construir barcos, digamos que tenemos la obligación de admitir con sinceridad que a casi todos nos gusta lo mismo.
¿Para qué habrá escrito todo esto? se preguntarán los señores vecinos, aflojando hacia abajo el brazo que sostiene la hoja y mirándose todos con gestos mímicamente elocuentes.
Hablar.
-¿Por qué no se comprará unos auriculares? Ya no se enteraría de la tele del vecino de al lado…
-Y si no quiere oír las puertas de nuestras casas, que se vaya a la biblioteca.
-Me está diciendo gitano…
-Le gusta el margen ajustado porque no ha dejado sangría.
-¿Hay que responder esta carta?
-Se trata de nuestra vida privada.
-Sigo leyendo.
-Ah, ¿Qué no había terminado?

Acercándonos a otros de los sentidos con que hemos sido dotados, aprovecho la oportunidad para reseñar lo que mi vista tiene que encontrar en tan preciosa terraza que alegra cada mañana mi despertar. La señora número 3, la del piso 3º, sacude mantel y servilletas comida y cena después. Por la tardecita, a comienzos de esta y ni bien termina su comida, no elige siesta ni tumbadita, sino cigarrito y charla móvil con una amiga. Apoyada en su balcón y tal vez por la operación motriz de tener ocupada la otra mano con su aparato telefónico, escoge mi terracita como un monumental cenicero. Y no vayan a decir ustedes que yo no fumo. Con lo que me gusta el humo. Tampoco juzguen que yo en mi terraza no tengo para tirar ceniza hacia abajo. No, es que no se me ha dado bien molestar a las demás personas. Mire usted. En la vida que llevo recorrida siempre predominaron mis modales más bien silentes, mi voz pausada y baja. Y sobre todo, esa maravillosa idea de intimidad. Que algo tenía que tener de bueno lo de la propiedad privada.
No pretenderán tampoco acusarme de falta de gusto y mucho menos de alegría. Yo bailo y canto y me rio a carcajadas en mi casa. ¡Ay! si no fuera por la música, ese arte de combinar bien los sonidos. Cuestión de la que parecemos no estar dotados cuando somos niños.
Pero antes de tocar tema tan delicado como la infancia, termino con este asunto, por cierto conversado y acordado en otras reuniones comunitarias: asombro matutino experimenté hace unos días al leer un cartel muy cerca del ascensor en el que el señor que tiene otra terraza decía que ya era suficiente con eso de echar las barbas y otros pelos por la ventana. Agregaba que aquí abajo vivimos personas.
Me dejó pensando unas cuantas horas eso de “personas”. Lo cual hizo omitir tan desprolija costumbre, la de los pelos.
Me sentí acompañada. Descubrí que no estaba sola. Y mejor todavía, cuánta tranquilidad al comprobar que no padezco de una manía compulsiva-depresiva ni ninguno de esos diagnósticos de los que hablan mis vecinas; los que también pueden escuchar en las series policiales sobreabundantes en T.V. Que yo las veo, no crean que no. No sería normal sino me gustara lo que a la mayoría. Eso de descubrir al perverso asesino. Que casi nunca es asesina. Vaya con los derechos de igualdad. Nadie se había dado cuenta.
Tal vez ese recordatorio de que somos personas me haya abalanzado para escribir esta carta.
No lo conozco. No hemos coincidido nunca. Pero algo me dice que se trata de una persona como yo. Que pretende vivir sin que le molesten ni molestar.
Pero ¿acaso me tiene que estar doliendo tanto la cintura por tener que escribir sobre estas obviedades?
Llevo dos días en el ordenador redactando la misiva. Con sus interrupciones y descansos claro.
No sé cómo y de qué otra manera podemos entendernos para no incomodarnos unos a otros.
Notarán que no son muchas las molestias pero no es la cantidad la que cuenta…
Dejar un papel pegado en la pared como hizo ese otro vecino, me pareció un tanto descortés para quien tiene interés en comunicarse para solucionar los problemas.
Con la firme convicción de que esta carta agilizará los resortes autocríticos, lo que a su vez conducirá a la búsqueda de ese momento de reflexión y comodidad que les decía al principio, hago justa la ocasión de saludarlos muy pero muy atentamente.

Planeta de día y noche, año de la reconciliación.
Una persona (humana)


P/D:
No acababa yo de despertarme aún, así que sin café con leche ni costumbres para espabilar, mis ojos tuvieron que tomar un brusco impulso hacia arriba y quedarse abiertos por la fuerza. Fuerza de brazos matutinos bien ejercitados como para subir persianas al extremo de parecer que me encontraba muy cerca de una fábrica de acero o de una obra en fase de colocación de suelos y baldosas. Ya saben, no necesito explicarme demasiado. Ese sonido tan chillón que produce la máquina de cortar azulejos. Aunque considerando mi estado de corta vigilia, podría atribuir el ruido a muchas otras causas más cercanas a la conjetura. Pero no, señores, hay que admitir que se trata de otro desajuste en las costumbres cotidianas. No es fácil, lo entiendo, asimilarse a sí mismo y reconocer que no tenemos en cuenta a los demás en absoluto. Tampoco debe ser fácil subir o bajar una persiana de forma más lenta. Pero, dejando a un lado lo mucho que les costará el arreglo, insisto en la profunda necesidad de apelar a la sensatez o a la buena voluntad o ya no sé a qué se puede recurrir. Por cierto, releyendo las líneas de más arriba he de rectificar que los portazos no son solamente al regresar de las labores habituales. Ahora que estoy un poco más despierta, habituales salidas de los vecinos me las recuerdan cada una de sus manillas, llaves, bisagras, etcétera, etcétera.
No pretendo que imiten mi conducta ni que todos seamos iguales pero si cuando yo me dispongo a salir, no demuestro la necesidad de romper la cordura de los demás al cerrar mi puerta, entonces sigo preguntándome cuál será la razón para que la mayoría incurra en esa molestia.
En mi defensa agregaré que, gracias a otro aporte de la tecnología, pude comprobar en extensas páginas web la abultada queja de gente de lugares tan lejanos y cercanos a nosotros.
Incluso la indignación llega a extremos tan díscolos como confeccionar infinitos y estrafalarios consejos para defenderse de vecinos molestos.
A cuenta de estar leyendo esos intercambios, la memoria se me activa al encontrar otras coincidencias:






martes, 16 de agosto de 2011

guía para lectores-seguidores de Grandiosa Empresa

Para quienes estén leyendo el artículo titulado Grandiosa Empresa
quiero aclararles que en realidad es continuación de uno que comienza con el título Show que continúa y Ocio Universal.

A partir de este que he citado, se puede ir subiendo y acabar con la transcripción de una nota de prensa que fuera publicada en los años 80 y que yo aquí prácticamente copié en su totalidad. Es decir que quitando las anécdotas personales que rodearon la entrega de ese valioso papel, me parece muy enriquecedor que lo puedan leer en forma completa y desde el comienzo.

A disfrutarlo y gracias por leerme. Pronto aparecerán algunas poesías escritas hace mucho tiempo pero que me piden alas desde el fondo del cajón.

Hastiada de tanta inercia planetaria, siento que es buen momento para hacer un paréntesis musical y compartir algunos versos fogosos de aquella juventud.

Hasta entonces.

lunes, 8 de agosto de 2011

Indignos e indignidades

Algunas noticias de este mundo que me han llegado y todavía me tienen perpeleja:

Una señora me contó que una amiga suya se encontró unos bultos en las mamas. Pero como era joven le negaron el scriner para confirmar benignidad o malignidad. Le decían que no era nada. Así tal cual.
Total, que como los seres humanos somos puro instinto, intuición y autogobierno, la chica decidió pagar en forma privada un estudio más profundo.
Resultados: cáncer.
Procedimientos previos: brutos como no pueden existir otros en el mundo. Solo si cumples los 50 años de edad, te hacen Mamografía. Le llaman Programa de detección precoz. La última palabra es la más perversa "precoz"

Mujeres de España: ¿cómo pensáis luchar contra esta norma. Os parece sensato que haya que esperar a los 50 años para saber si hay cáncer cuando hay mayor probabilidad de que lo detecten porque es la edad propensa?

O mejor dicho, ¿os parece humano que no nos controlen antes para prevenir antes que atacar con ese negocio multimillonario del veneno de la quimio?

La chica era joven y se salvó, luego tuvo dos hijos.

¿Pero acaso parece digno que haya pasado por tal indignidad?

Tengo muchas más para contar pero la impotencia que me genera cierto aspecto del sistema sanitario me ordena que piense, reflexione y luego escriba una especie de manifiesto para luchar contra toda enfermedad. Para evitar la proliferación de enfermedad.

Pero como es la mente la que manda y no el cuerpo, mucho me temo que el trabajo será arduo.

Nadie quiere enfermarse pero pocos hacen cosas que eviten llegar a ello.
Ni siquiera tomamos ejemplo.

En principio, creo que el secreto está en eliminar problemas psíquicos o emocionales. Alejarse de gente con malicia y/o de ambientes nocivos. Y manejar nuestro autocontrol y distanciamiento en el intrincado mundo laboral.

Luego, la parte exterior, los agentes que atacan, pues es otra lucha más dura y larga aún.

Me intriga saber hasta dónde llegaremos para que surja el límite, el coto a estas experiencias macabras de los humanos.

Y presiento que estas palabras generarán polémica puesto que el sistema hospitalario es tomado de forma tan normal como el educativo o el jurídico.

Ya lo decía Michel Foucault: la idea es controlar los cuerpos...

Quien haya pasado por este tipo de instituciones, sabrá bien de lo que hablo. Pero necesito aclarar que no es contra la investigación científica el asunto, sino contra el sistema de organización hospitalaria que gasta fortunas en intentar curar antes que en prevenir.

Confío en la nanotecnología y en la genética como posibles triunfadores que en el futuro erradiquen de forma mínimamente agresiva las enfermedades.

Aún así, mi insistencia en la prevención individual, me resulta esencial.