sábado, 20 de agosto de 2011

Sin poesía pero un cuento para continuar en Propiedad Horizontal

En un artículo anterior, prometí poesías de mi autoría y escritas en años más jóvenes. Pues una pérdida de ellas en mi búsqueda manual y tecnológica me lleva a suspender la promesa hasta reecontrarlas o quizá admitir haberlas extraviado defintivamente.
En cambio, publico un cuento de mi serie CUENTOS EPISTOLARES
escrito hace unos meses atrás, quizá a finales del 2010 o principios de este 2011.

Me gusta, me hace sonreir y me resulta divertido compartirlo para que cada uno agregue sus dolencias de vivir en propiedad horizontal.

Yo tenía la convicción de que el cuento estaba acabado; por mi parte considero que lo terminé. Aunque como en la postdata me encuentro ahora con un asunto inconcluso, invito a los lectores a que libremente escriban en esa lista de quejas coincidentes.

Sobre todo, espero que guste antes que disguste. Muchas gracias y hasta pronto con la prometida poesía.


El título del cuento, evidentemente es SEÑORES VECINOS



Señores vecinos:

Cómo comunicarme con todos ustedes sin causarles pasmo u ofensa al pedirles que escojan un momento cómodo y oportuno para intentar reflexionar sobre ciertas maneras de vivir, que si bien cotidianas y triviales en grado sumo, causan un efecto nocivo y desagradable en oídos cercanos que pretenden vivir, acaso, según ustedes, de forma similar. Es decir, tan trivial como ocurrírseme dirigir esta pretensiosa solicitud:
Verán. Estando yo tranquilamente haciendo lo que se me viene en gana en mi propia casa, por ejemplo descansando o haciendo la digestión después de la comida, me encuentro con una irritante vibración que poco a poco va martillando el cerebro al punto de comenzar a sentir un insoportable dolor de cabeza. Se trata de un aparato de televisión cuyo volumen excede lo necesario y que proviene de una pared contigua. En esos momentos, aunque mi pensamiento permanece nublado y aferrado a la idea de ignorar tal sonido, acuden a mí preguntas relacionadas con la tecnología. Habiendo auriculares tan bonitos y accesibles para los bolsillos a los que apetece el ruido, ¿por qué esta señora o señor insiste en compartir su noticiero del mediodía con toda persona viva que se halle alrededor?
También, otra costumbre sonora al cabo de elegir una cadena de música clásica para esas horas “evening” de un invierno incipiente, me siento con un libro de cuentos chejovianos y descubro que continúo en los dos primeros renglones demasiado tiempo como para alarmar mi inteligencia. Pues no se debe a un deterioro neuronal de mi parte sino a una seguidilla de portazos provenientes de apartamentos colaterales, de plantas superiores, inferiores y en fin, que el edificio en su totalidad anuncia la vuelta a casa de sus dueños, quienes parecen llegar acalorados y enfadados no sé con qué o quién. Todas las tardes, las paredes de mi casa soportan esas manos vigorosas que incluso llegan a mover las llaves que suspenden de la cerradura de mi puerta.
Otra pregunta más inquieta mis razonamientos pero no hallo respuestas a tal tradición. Tal vez porque solamente es frecuente entre las personas del sexo femenino del vecindario. Suelen contarse enfermedades novedosas y de las más antiguas en un tono de voz lo advertidamente excesivo como para que el resto de la humanidad que alrededor esté intentando enhebrar sus propios hilos mentales, se ponga al tanto como lo está del pronóstico meteorológico; o lo que es peor, como si de partes médicos de algún oficial se tratase. Bueno, uno o una aprende nuevos virus o exploraciones médicas que aún no había ensayado en cuyo caso las señoras o señoritas reclamarán mi ingratitud al tomar conocimiento de esta atrevida carta. Ahondando más la situación de convivencia, me explico, haciendo un buen socavón en las afables relaciones diarias también optan por representar un teatro de sus asuntos personales. De modo que a algún despistado o despistada se le ocurre la inocente idea de correr las cortinas de sus ventanas para contemplar un espectáculo juglaresco que por esas cosas de la cronología se había perdido presenciar.
De estas dos últimas observaciones, ya conozco el gesto de respuesta, sintiéndose más atacadas aún, miran a quien escribe estas barbaridades y mueven la boca hacia un lado otorgándole a quien se le ponga por delante el derecho a una instantánea traducción:
-¿¡Queeeeeeeeeeé, acaso tengo que pedirte permiso para hablar con mi amiga!?
Hablar. Tan bonito como oler las lilas en primavera. Hablar, tan lejos del verbo chillar o gritar. Hablar de lo que nos incomoda, señores. Y luego no estéis echando la culpa a las otras razas. Que rasgando en el mismo óvalo de nuestra sombra, todos nos sorprendemos al ver un gitano. Aclaro esta palabra: alguien a quien le gusta hacer ruido y vivir como se le dé la gana. Omitiendo otros matices como hacer bodas que duran semanas o escarbar en la basura para vender objetos curiosos que a veces hasta sirven para construir barcos, digamos que tenemos la obligación de admitir con sinceridad que a casi todos nos gusta lo mismo.
¿Para qué habrá escrito todo esto? se preguntarán los señores vecinos, aflojando hacia abajo el brazo que sostiene la hoja y mirándose todos con gestos mímicamente elocuentes.
Hablar.
-¿Por qué no se comprará unos auriculares? Ya no se enteraría de la tele del vecino de al lado…
-Y si no quiere oír las puertas de nuestras casas, que se vaya a la biblioteca.
-Me está diciendo gitano…
-Le gusta el margen ajustado porque no ha dejado sangría.
-¿Hay que responder esta carta?
-Se trata de nuestra vida privada.
-Sigo leyendo.
-Ah, ¿Qué no había terminado?

Acercándonos a otros de los sentidos con que hemos sido dotados, aprovecho la oportunidad para reseñar lo que mi vista tiene que encontrar en tan preciosa terraza que alegra cada mañana mi despertar. La señora número 3, la del piso 3º, sacude mantel y servilletas comida y cena después. Por la tardecita, a comienzos de esta y ni bien termina su comida, no elige siesta ni tumbadita, sino cigarrito y charla móvil con una amiga. Apoyada en su balcón y tal vez por la operación motriz de tener ocupada la otra mano con su aparato telefónico, escoge mi terracita como un monumental cenicero. Y no vayan a decir ustedes que yo no fumo. Con lo que me gusta el humo. Tampoco juzguen que yo en mi terraza no tengo para tirar ceniza hacia abajo. No, es que no se me ha dado bien molestar a las demás personas. Mire usted. En la vida que llevo recorrida siempre predominaron mis modales más bien silentes, mi voz pausada y baja. Y sobre todo, esa maravillosa idea de intimidad. Que algo tenía que tener de bueno lo de la propiedad privada.
No pretenderán tampoco acusarme de falta de gusto y mucho menos de alegría. Yo bailo y canto y me rio a carcajadas en mi casa. ¡Ay! si no fuera por la música, ese arte de combinar bien los sonidos. Cuestión de la que parecemos no estar dotados cuando somos niños.
Pero antes de tocar tema tan delicado como la infancia, termino con este asunto, por cierto conversado y acordado en otras reuniones comunitarias: asombro matutino experimenté hace unos días al leer un cartel muy cerca del ascensor en el que el señor que tiene otra terraza decía que ya era suficiente con eso de echar las barbas y otros pelos por la ventana. Agregaba que aquí abajo vivimos personas.
Me dejó pensando unas cuantas horas eso de “personas”. Lo cual hizo omitir tan desprolija costumbre, la de los pelos.
Me sentí acompañada. Descubrí que no estaba sola. Y mejor todavía, cuánta tranquilidad al comprobar que no padezco de una manía compulsiva-depresiva ni ninguno de esos diagnósticos de los que hablan mis vecinas; los que también pueden escuchar en las series policiales sobreabundantes en T.V. Que yo las veo, no crean que no. No sería normal sino me gustara lo que a la mayoría. Eso de descubrir al perverso asesino. Que casi nunca es asesina. Vaya con los derechos de igualdad. Nadie se había dado cuenta.
Tal vez ese recordatorio de que somos personas me haya abalanzado para escribir esta carta.
No lo conozco. No hemos coincidido nunca. Pero algo me dice que se trata de una persona como yo. Que pretende vivir sin que le molesten ni molestar.
Pero ¿acaso me tiene que estar doliendo tanto la cintura por tener que escribir sobre estas obviedades?
Llevo dos días en el ordenador redactando la misiva. Con sus interrupciones y descansos claro.
No sé cómo y de qué otra manera podemos entendernos para no incomodarnos unos a otros.
Notarán que no son muchas las molestias pero no es la cantidad la que cuenta…
Dejar un papel pegado en la pared como hizo ese otro vecino, me pareció un tanto descortés para quien tiene interés en comunicarse para solucionar los problemas.
Con la firme convicción de que esta carta agilizará los resortes autocríticos, lo que a su vez conducirá a la búsqueda de ese momento de reflexión y comodidad que les decía al principio, hago justa la ocasión de saludarlos muy pero muy atentamente.

Planeta de día y noche, año de la reconciliación.
Una persona (humana)


P/D:
No acababa yo de despertarme aún, así que sin café con leche ni costumbres para espabilar, mis ojos tuvieron que tomar un brusco impulso hacia arriba y quedarse abiertos por la fuerza. Fuerza de brazos matutinos bien ejercitados como para subir persianas al extremo de parecer que me encontraba muy cerca de una fábrica de acero o de una obra en fase de colocación de suelos y baldosas. Ya saben, no necesito explicarme demasiado. Ese sonido tan chillón que produce la máquina de cortar azulejos. Aunque considerando mi estado de corta vigilia, podría atribuir el ruido a muchas otras causas más cercanas a la conjetura. Pero no, señores, hay que admitir que se trata de otro desajuste en las costumbres cotidianas. No es fácil, lo entiendo, asimilarse a sí mismo y reconocer que no tenemos en cuenta a los demás en absoluto. Tampoco debe ser fácil subir o bajar una persiana de forma más lenta. Pero, dejando a un lado lo mucho que les costará el arreglo, insisto en la profunda necesidad de apelar a la sensatez o a la buena voluntad o ya no sé a qué se puede recurrir. Por cierto, releyendo las líneas de más arriba he de rectificar que los portazos no son solamente al regresar de las labores habituales. Ahora que estoy un poco más despierta, habituales salidas de los vecinos me las recuerdan cada una de sus manillas, llaves, bisagras, etcétera, etcétera.
No pretendo que imiten mi conducta ni que todos seamos iguales pero si cuando yo me dispongo a salir, no demuestro la necesidad de romper la cordura de los demás al cerrar mi puerta, entonces sigo preguntándome cuál será la razón para que la mayoría incurra en esa molestia.
En mi defensa agregaré que, gracias a otro aporte de la tecnología, pude comprobar en extensas páginas web la abultada queja de gente de lugares tan lejanos y cercanos a nosotros.
Incluso la indignación llega a extremos tan díscolos como confeccionar infinitos y estrafalarios consejos para defenderse de vecinos molestos.
A cuenta de estar leyendo esos intercambios, la memoria se me activa al encontrar otras coincidencias:






3 comentarios:

  1. Desde la prosa no hay demasiado para agregar... excelente escritura. Como siempre, cada línea te invita a seguir leyendo!
    Opinando un poco sobre la temática expuesta te puedo decir cosas concretitas:
    1- No estoy en todo el día! Por lo tanto no sufro con el tema! Y también vivo en propiedad hotizontal, como bien sabés.
    2- Cuando estoy los fines de semana... nunca tuve problemas! En mi edificio, por suerte, no hay mucho vecino o al menos no los conozco o casi ni me cruzo. Vivo en el último piso, por lo tanto de arriba no me jode nadie. En cuanto a lateral estoy en dos esquinas por lo tanto sólo tengo un depto. que da al mío... Una señora que vive sola y no jode para nada!
    3- Creo que tus paredes no deben ser lo suficientemente anchas!! jaja
    4- En mi caso lo que más me jode los findes es el paso del tránsito. Hasta a veces se me mueve la cama!! juas. Pero me acostumbré a ello y ya ni me doy cuenta!!

    Síntesis: no sufro el stress de la vecindad, al menos por ahora!

    Daniel Izzo.

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  2. Hola, vengo a quejarme, no voy a ser menos.

    Para empezar, el vecino de arriba persigue a sus hijas por toda la casa. Parecería una estampa de dibujos animados si no fuera porque él va fumadísimo. Ante esto, las niñas han desarrollado capacidades superheróicas. Trepan como Catwoman por las paredes, el problema es que sus pisadas también son superheróicas. Como las de Hulk. Si algún día veis en las noticias una exclusiva de seísmo en Errenteria, que no cunda el pánico: los vecinos de arriba actuando algo más vigorosamente de lo habitual.

    También merecen mención las discusiones de pareja que suele tener con su esposa. Sí, sigo con el vecino de arriba. Se escucha todo desde el patio. Oye, menudos dramas. Que si coge la maleta y vete de mi casa, que si tu madre es una-

    Por lo demás no tengo quejas. El piso franco del 4ºD que usa el gobierno para hacer cosas que mejor no preguntar suele estar vacío. Y si hay gente, está lo suficientemente maniatada o drogada para pasar desapercibida. La vecina de abajo es una cotilla, pero tiene sesentaipico años. Así que se lo perdonaremos, le va con la década.

    Besos Vero, graciosísimo artículo :)

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  3. Me gusta la historia Vero.
    Asier, llama a la poli y denuncia que estás siendo testigo auditivo de episodios de violencia de género y doméstico que provienen del piso de arriba

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